Por Juan Pablo El Sous Zavala
Arquitecto egresado de la
Universidad Nacional de Ingeniería, Lima
Investigador de la arquitectura virreinal peruana
Entre todas las edificaciones monumentales del Cusco colonial, destaca por su belleza el hermoso claustro principal del convento de La Merced. Este establecimiento monástico fue fundado hacia 1537, pero los edificios construidos a lo largo de los siglos XVI y XVII quedaron destruidos como consecuencia del gran terremoto de 1650.
El claustro principal que hoy existe, considerado como una de las obras maestras del barroco peruano, es producto de las obras de reconstrucción posteriores al terremoto. Se atribuye su diseño al ilustre arquitecto y ensamblador Diego Martínez de Oviedo , autor, entre otras cosas, de la magnífica fachada de la iglesia de la Compañía de Jesús (1664), así como de los retablos mayores de la iglesias de Santa Teresa (1674) y San Sebastián (1679).
Fue este maestro quien construyó el claustro mercedario entre 1660 y 1670, y desde su culminación fue considerado como una obra extraordinaria al punto que fue elogiado por el mismísimo Virrey del Perú Don Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos, quien lo visitó en 1669, indicando el cronista Francisco Miranda Valcárcel y Peralta que "viendo la arquitectura y suntuosa fábrica de aquella maravillosa casa, dixo podía servir de palacio al rey, nuestro señor, más poderosa soberana reyna para su culto y albergue de sus hijos" .
El claustro tiene planta cuadrada, con dos niveles de seis arcos en cada uno de sus cuatro lados. La arquería está trabajada íntegramente en piedra, y su composición consta de hermosas columnas de orden corintio apoyadas sobre arcos adornados con un robusto almohadillado rústico, lo cual genera un interesante contraste entre la delicadeza de los soportes y la fortaleza del fondo. Las columnas guardan semejanza con las empleadas en los retablos contemporáneos, como los mencionados retablos mayores en las iglesias de la Compañía, San Sebastián y Santa Teresa. Se trata de columnas corintias de fuste estriado adornado con un imbricado de escamas, y con el tercio inferior separado del resto por un anillo; mientras que las columnas del cuerpo bajo tienen el tercio inferior adornado con un patrón imbricado, las del cuerpo alto tienen un patrón helicoidal. Las columnas sostienen un robusto entablamento, cuya principal característica son los gruesos canes debajo de la cornisa. En el segundo nivel del claustro, una peculiar nota barroca la constituyen los pares de columnas de menor tamaño que acompañan a las principales, sosteniendo el arco de medio punto del fondo.
El claustro está rodeado por corredores en sus cuatro lados, los cuales están cubiertos con lujosos alfarjes de madera tallada. La única excepción es el corredor situado al costado de la iglesia, el cual tiene bóvedas vaídas molduradas. En uno de estos corredores hay una curiosa portadita barroca que aloja entre los brazos de su cornisa abierta una ménsula que sostiene una pilastra, la cual constituye el soporte de uno de los canes tallados del techo de madera. En la parte alta de los muros se encuentra una serie de lienzos que representan la vida de San Pedro Nolasco (1763), fundador de la orden Mercedaria, obra del pintor cusqueño Ignacio Chacón.
Concluyo esta pequeña reseña con una cita del historiador de arte estadounidense Harold Wethey (1949):
"La arquitectura colonial hispánica no conoce nada más hermoso que el claustro de la Merced. El magnífico manejo del espacio abierto, la ligereza y gracia combinadas con la recia virilidad de la masa, la belleza del color, la extraordinaria riqueza y originalidad en el tratamiento de las texturas, el gusto infalible en su escala y proporciones, todo esto y más hacen del claustro mercedario único" .
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