Una Sacristía es un cuarto en la iglesia o anexo a ella, donde se guardan las vestimentas, ornamentos y artículos similares, los vasos sagrados y otros tesoros, y donde se reúne el clero para vestirse para las diversas ceremonias eclesiásticas.
La sacristía no se bendice ni se consagra junto con la iglesia, y por lo tanto, no se considera como un lugar sagrado en el sentido canónico. Sin embargo, excepto en casos merecedores de penas, disfruta de las mismas prerrogativas que la iglesia.
Es el espacio más antiguo de la catedral metropolitana de la ciudad de México. En 1626, al ordenar el virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, la demolición del antiguo templo, es decir, el que mandó a construir Cortés, la Sacristía funcionó como el lugar donde se celebraban los oficios.
En el interior se pueden admirar enormes cuadros de los afamados pintores Cristóbal de Villalpando y Juan Correa.
No se cuenta aún con la suficiente documentación para poder imaginarnos la decoración interior que presentaba en el siglo XVII sin embargo los muebles que hoy alberga son del último tercio del siglo XVIII: armarios y cajoneras en madera de bálsamo.
Juan de Viera en su libro Breve y compendiosa narración de la ciudad de México, comenta que en las cabeceras de la Sacristía había “dos mesas de caoba de China, negras como azabache, donde se ponen los cálices preparados para el sacrificio, siendo sus tableros de una pieza de dos varas de ancho y dos y medio de largo”.
Y continúa señalando que la “caxonera” es de maderas “exquisitíssimas de palo de Saongolica y otros, con sus cerrajes dorados y repartidos a proporción, alacenas con puertas de la misma madera... y en la circunferencia... junto a los caxones distantes dos varas, sillas de brazos de la misma caoba”. Dichas cajoneras fueron alteradas en fecha reciente debido, al parecer, a problemas de funcionamiento.
Hoy en día es posible deleitar los sentidos e ingresar a ella por menos de $20.00 MXN. La experiencia es una delicia, hueles los aceites de las maderas, el polvo sobre las pinturas, la piedra fría de las nervaduras góticas del techo, puedes perderte en los rostros delicadamente pintados por artistas de fama infinita.
Cuando vayan, cuéntenme qué tanto se enamoraron de este lugar. Aparte, por lo que he visto, casi nadie entra.
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